De Chaco a Ushuaia y después, a la Antártida la historia de un docente

Desde Fortín Lavalle, un pueblo rural de la provincia del Chaco, a Ushuaia, hay exactamente 4.000 kilómetros. De Tierra del Fuego a la Base Esperanza, en la Antártida Argentina, cerca de 7.000 más. Fabián Juárez, un maestro chaqueño hoy jubilado -desde 2022-, le hizo recorrer a su vocación toda esa distancia para enseñar.

PROVINCIALES28/07/2024El Glaciar TDFEl Glaciar TDF
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De Chaco a Ushuaia y después, a la Antártida la historia de un docente

El primer paso fue Ushuaia. En 1995, junto con su esposa Mary, también docente, y con Kevin, su hijo que entonces tenía dos años, decidió dejar su provincia y probar suerte en la capital fueguina.

Llegó solo, pero ese mismo año, en septiembre, pudo reunir a su familia en el sur de la Patagonia. Al principio no pudo dedicarse a la docencia, trabajó como ayudante de mecánico en una línea urbana de colectivos, después fue chofer, manejó un taxi y recién a los cinco años de haber llegado, logró dedicarse por completo a su profesión.

Para esa época, año 2000, con Mary ya evaluaban la idea de viajar a la Base Esperanza, donde tres años antes había comenzado a funcionar la primera escuela antártica. Ya eran cuatro porque en 1998 había nacido Aixa.

El primer viaje a la Antártida

“Cumplíamos los requisitos: éramos una pareja de docentes que vivíamos y ejercíamos nuestra profesión en el ámbito de la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur. Pero, a la hora de tomar la decisión, pensamos que nuestra hija Aixa era demasiado chica y decidimos esperar”, cuenta Fabián, diplomado en Derecho, Gestión y Logística Antártica Ambiental.

Concursaron en 2003 y viajaron por primera vez en 2004, a dar clases en la Escuela N.º 38 Raúl Ricardo Alfonsín (originalmente, escuela Julio Argentino Roca).

“Fue justo cuando la Argentina cumplía 100 años de presencia ininterrumpida en la Antártida y la apertura del año lectivo se hizo en nuestra escuela. Fue una hermosa bienvenida a una experiencia única”, recuerda el docente.

“En esa época, no había mucha información sobre la Antártida, así que para nosotros era todo nuevo”, relata. Pero dice que no les costó adaptarse.

“A las familias (de la base), las habíamos conocido en el marco del programa antártico, en Ushuaia, antes de viajar, pero debimos acostumbrarnos a vivir en una comunidad con características particulares, donde se respetan el rango y las jerarquías”, menciona.

En la escuela de la Antártida cursan, con variaciones de un año a otro, alrededor de 10 chicos entre educación inicial y primaria, además de los de secundaria. Los de primaria, todos juntos, más allá de edades y niveles.

“Nosotros teníamos experiencia en este tipo de organización, porque habíamos trabajado en escuelas rurales del Impenetrable que también eran plurigrado. Al ser grupos pequeños, la enseñanza es casi personalizada y se genera un aprendizaje colaborativo que es beneficioso para todos”, explica el docente.

La organización era en dos grupos. “Uno de primero a tercer grado, y el otro, de cuarto a sexto. Yo daba Prácticas del Lenguaje y Sociales, y Mary, Ciencias Naturales y Matemática”, cuenta. Eso era de mañana. A la tarde, todos juntos, jardín, primaria y secundaria, tenían Educación Física, Música y Tecnología.

“A fin de año, todos los alumnos superaban los objetivos. Pienso que también sumaba el hecho de que nunca suspendíamos las actividades. En el año 2004, si no recuerdo mal, solo suspendimos las clases tres días porque los temporales no nos permitían salir”, se enorgullece Fabián, y recuerda que uno de los años llegaron a tener más de 190 días de clase.

”Cuando fuimos en 2004, no había televisión ni telefonía celular. Recuerdo que teníamos un teléfono fijo y podíamos hablar cerca de media hora, porque se cortaba. Para comunicarnos, usábamos Messenger de Hotmail. En agosto de ese año, se habilitó la antena de DirecTV con algunos canales de televisión”, relata.

“Cuando volvimos en 2010 - compara-, ya había telefonía celular, y en 2013 estaba conectada la antena Arsat, que proporcionó una mejor conectividad a internet”.

Todos esos cambios repercutieron de manera favorable en el aprendizaje. “Porque la conexión con el afuera era mucho más amplia y nos permitía conectarnos con otras instituciones a través de videollamadas”, comenta el docente.

Sin embargo, la cosa tenía sus pro y sus contras. “Responder a la demanda implicaba perder muchas horas de clases -aclara-, pero lo solucionamos determinando días y horarios para las comunicaciones.”

La vida en la Antártida
Vivir en la Antártida, dice Fabián, es “vivir en un lugar distinto que se parece a un pequeño barrio donde hay 13 casas y otras instalaciones donde funciona la enfermería, la escuela, la capilla, el taller automotor, entre otros”.

“En ese espacio compartís el día a día con gran parte de la gente, por lo que es clave ser cordial y no olvidar que estamos allí porque lo elegimos. No es sencillo, pero la realidad es que en la Antártida se forjan las mejores amistades que, aunque al volver la gente se distribuya por todo el país, perduran para siempre”, resalta.

Acerca del rol de la escuela en una comunidad tan, chica y aislada, el docente chaqueño remarca que “es el centro generador de actividad, donde participa toda la dotación”.

“Nosotros siempre tuvimos la libertad de trabajar como quisiéramos e integramos a la comunidad en cada evento. Aprendimos muchísimo de las familias, del personal que invernaba y de nuestros alumnos -cuenta-. Recuerdo que todos resaltan lo bueno de poder compartir la vida: el desayuno, el ingreso a la escuela, los actos escolares, los almuerzos, algo que no hacemos en la vida común”.

“Yo siempre digo que la Antártida es como el noviazgo: al principio es todo muy lindo, pero, con el paso de los meses, se perciben cosas que no nos gustan tanto, tiempo después aparecen los defectos, pero cuando se acerca la fecha del regreso uno se olvida de todo lo pasado”, describe.

“Si tuviera que destacar algo en particular, es haber estado en un lugar al que muy pocos pueden acceder. Y, en nuestro caso, si tenemos en cuenta que venimos de Chaco y pudimos ir en tres ocasiones a la Antártida como docentes, es maravilloso”, agrega.

Los chicos, "grandes protagonsitas"

El punto de vista no es solo individual sino que, en cierto modo, abarca a toda la familia Juárez. Fabián dice que la experiencia fue enriquecedora también “como pareja y como familia”.

“Nos permitió compartir todos los momentos juntos, algo que nunca habíamos experimentado. Nuestros hijos hasta el día de hoy hablan de cuánto les gustaría volver”, asegura.

A la hora de hablar de sus hijos, y de los hijos de todos, destaca su presencia y su participación. “Me gustaría destacar a los chicos, porque siempre se habla del sacrificio de la familia y se los deja en segundo plano, cuando en realidad son los grandes protagonistas”, dice.

Fabián señala con admiración “el sentido de patriotismo y compromiso que tiene la gente que va a trabajar a la Antártida y, en especial, quienes van solos, sin la familia”.

“Es una vida sacrificada -completa-, en la que todos dependemos de todos. Cada uno es un eslabón de una gran cadena que no se puede cortar y es tan importante el cocinero como el maestro, el alumno o el médico. Estoy convencido de que quien va a la Antártida queda marcado en la piel para siempre, no a fuego, sino a hielo”.

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