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Su historia es poco conocida. Participó de una evacuación aeromédica en Puerto Argentino y el avión casi la deja. Dejó la Fuerza Aérea porque no ascendían a las mujeres. Pusieron una placa en su honor, pero con el nombre equivocado.
NACIONALES01/04/2024El Glaciar TDFLas mujeres fueron fundamentales durante la guerra de Malvinas. La mayoría fueron enfermeras e instrumentadoras quirúrgicas de las tres fuerzas que estuvieron en buques sobre el Mar Argentino y en hospitales en el continente. Sólo 16 cumplen con los requisitos exigidos por ley para cobrar una pensión del Estado. Y sólo una de ellas, la enfermera Liliana Colino, pisó las Islas mientras duraron las hostilidades. Apenas se conocen algunos párrafos de su historia que alguna vez publicó una revista de interés general. El resto sólo lo saben sus familiares y amigos. Infobae la entrevistó en su casa del barrio porteño de Flores, donde también tiene un consultorio veterinario.
Cuando se escuchó la alarma en el hospital reubicable que la Fuerza Aérea había instalado en Comodoro Rivadavia, ya estaba arriba del Hércules C-130 que la llevaría a Puerto Argentino. A todos los soldados los habían entrenado para eso: apenas sonaba el alerta, había que dejar todo y correr hasta el refugio, que estaba a unos 100 metros de la pista. Liliana se bajó del avión y enfiló hacia allí. "Yo veía que todos pasaban al lado mío, que soy flaquita y tenía borceguíes y cargaba un morral lleno de medicamentos e instrumentos. Pensé que no llegaba, que me moría ahí", recordó. En eso se oyó una orden: "Ayuden a la cabo principal". La emitió la persona que estaba a cargo del refugio. La puerta no se cerró hasta que llegó Liliana. "Eso me dio certeza de que no estaba desamparada. Nunca me sentí sola. Tuve muchas muestras de compañerismo, siempre me sentí contenida", contó.
No sabe si pasaron 30 minutos o 3 horas, porque en esas circunstancias el tiempo se estira. "Perdón que la toqué", le dijo un soldado poco acostumbrado a tratar con mujeres en medio del tumulto del refugio. "Todos rezaban", es lo único que recuerda. En algún momento la puerta se abrió y tuvo que volver a correr hacia el Hércules. Los jefes amagaron con abortar la misión, pero había muchos heridos esperando al avión sanitario en las Islas Malvinas. "Hay que intentarlo", le dijeron.
Esas seis, ocho o diez horas que duró su misión dejaron su huella. A sus 26 años, la guerra ya le había marcado un antes y un después, pero el viaje a las islas la enfrentó con la muerte. Primero, porque le dejó una secuela en su cuerpo, una inmunodeficiencia genética por estrés postraumático. Y segundo, porque le cambió la perspectiva de la vida. "Saber que el avión en el que vas en cualquier momento se cae y todo se acaba me cambió la dimensión de las cosas. Cuando volví, me preguntaba si después de eso, vale la pena complicarse con tal o cual cosa, o hacerme mala sangre con lo otro. Empecé a ver la vida de otra manera", reflexionó.
- ¿Cuál era su misión?
- Los Hércules llevaban material bélico y hacían evacuaciones aeromédicas. Un día se me acercó un capitán y me preguntó: "¿No te animás a venir con nosotros, porque hoy tenemos que traer mucha gente, y vos sabés bien dónde están las cosas?". Obvio que dije que sí. Yo me mando y listo, soy así. Fui yo, pero podría haber sido cualquiera de las enfermeras que estaban ahí.
- ¿Cuánto tiempo tenían que estar en las islas?
- Dependía del piloto, que en algún momento decía "basta, nos tenemos que ir porque vienen los Mirage o los Sea Harrier", levantaba la panza y despegaba. No avisaba.
- ¿Cómo fue el viaje a Puerto Argentino?
- Los viajes se hacían siempre de noche, con silencio de radio y a ras del mar. De repente el capitán (Cristóbal) Villegas nos mostraba la cabina y la parte de adelante del avión era pura ola. Era como ir en bote, parecía que en cualquier momento nos íbamos hacia el fondo. Nosotros fuimos acostados sobre tres container que ocupaban casi todos el Hércules. Para desplazarnos teníamos que arrastrarnos. Me acuerdo que llevamos la Virgen de Luján que había pedido (Mohamed Alí) Seineldín.
- ¿Es cierto que casi la dejan?
- ¡Sí! El Hércules es un avión que necesita mucho tiempo para despegar y si tiene un ataque, tiene que salir disparando, porque es muy grande y no tiene forma de esquivar nada. Entonces, carreteaba todo el tiempo, no paraba en la pista. Cuando llegamos, yo me bajé porque si no, no había forma de que salieran los container. Y ahí me di cuenta que el avión se iba y empecé a correr detrás.
- ¿Cómo subió?
- Gracias a esos dos hombres que están allá [señala una foto], dos suboficiales que se agarraron uno del otro, hicieron una cadena humana, y colgando del Hércules me agarraron del brazo y me revolearon para adentro.
- ¿Cómo subían los heridos a un avión en movimiento?
- Después de descargar los container empecé a ver un camino de luces, como si fueran antorchas. Eran las ambulancias, que nos estaban esperando. Venían de culata con las puertas abiertas, apoyaban la parte de atrás contra la panza del Hércules y nosotros los arrastrábamos para adentro, a donde se acomodaban como podían. Los que estaban mejor nos daban una mano desde adentro. Nos habían enseñado que el C-130 tenía camillas, pero una cosa es lo que habíamos aprendido y otra distinta es lo que tuvimos que hacer. Llegamos a levantar a unos 80 heridos, el resto se quedaron.
- ¿Qué es lo que más le llamó la atención de los heridos?
- Que me confundían con alguien. "Vos no vivís en tal lado o sos la hermana de tal", me decían. Todo el tiempo te confundían. También preguntaban cómo estaba Buenos Aires. No sabían nada.
- Era un poco enfermera, un poco psicóloga.
- Sí. Creo que eso fue algo bueno de las mujeres: que tenemos más paciencia para escuchar. Y ellos tenían muchos deseos de hablar. Nosotros le dábamos analgésicos y todo lo que necesitaban, pero ninguno se quejaba. Hasta uno me ofreció su asiento. Es increíble cómo en momentos críticos el hombre piensa más en otro que en uno mismo.
- ¿Por qué hizo un sólo viaje?
- Al poco tiempo se suspendieron las evacuaciones aeromédicas, porque era imposible. Nosotros a la vuelta tuvimos que desviarnos, porque nos estaban siguiendo unos Sea Harrier, a pesar de que el Hércules tenía la cruz roja. ¿Cómo vas a seguir a un avión sanitario? ¿Qué necesidad, si no teníamos ni un arma?
- Con el antecedente del Crucero General Belgrano a cuestas...
- Justamente por eso el piloto se la jugó y tomó la decisión de desviarse de la ruta. Tuvimos que dar toda la vuelta por Tierra del Fuego y entrar por Chile. El viaje se demoró un montón. Por eso en Comodoro Rivadavia pensaron que ya no existíamos, porque recién pudimos avisarles que estábamos bien cuando entramos en territorio argentino. Llegamos a media mañana.
- ¿Cuándo pudo volver a dormir?
- No sé... apenas llegamos me tuve que poner a trabajar. Nos estaban esperando todos. Pero tenía tanta adrenalina que no pensaba en el cansancio. Es como que todo fluía, no sentía nada.
- ¿Hasta cuándo siguió en Comodoro Rivadavia?
- Hasta fines de mayo, cuando me mandaron de vuelta a Buenos Aires. Fue triste, porque no queríamos volver.
- ¿Olfateaban que se estaba perdiendo la guerra?
- Yo soy medio de vivir en una burbuja, tenía muy poca información. Pero creo que el resto tampoco sabía. Nos enterábamos por los medios, pero apenas. Y a veces prefería no enterarme, porque no llegaban noticias muy reales. Sí nos contaban los soldados que la situación era crítica, pero medio que lo negábamos. Cuando llegamos a Buenos Aires nos enteramos de todo.
- ¿Quién la fue a recibir?
- Mis padres y mis tíos fueron a buscarme a la base de Morón. Nunca les dije que viajé a Malvinas. Ni cuando volví. No quería que se preocupen, que crean que me iba a pasar algo. Se enteraron cuando me dieron las condecoraciones.
- ¿Cómo se enteró de la rendición?
- A los dos días me llevaron a Córdoba a hacer un curso de alférez. Y al poco tiempo el jefe de escuadrón nos contó que se había acabado todo. Nos costó mucho asumirlo, porque no lo esperábamos. Teníamos una inocencia medio boluda de creer que si las islas eran nuestras, tenían que seguir siéndolo, que no podía ser. Esperábamos que al final la justicia triunfe. Fue difícil. Yo decía: "Tanta gente que sufrió, tanta gente que la pasó mal, para nada". Pero en el fondo creía que por lo menos lo habíamos intentado. No nos quedamos con los brazos cruzados.
- ¿Por qué se tardó tanto tiempo en reconocer el rol de las mujeres durante la guerra?
- Creo que se las reconoció cuando empezaron a luchar. En mi caso luché por el ascenso, pero no por el reconocimiento. En cambio, muchas sí lucharon por esto y no por el ascenso. Igual, yo hago un mea culpa: no hice nada. No pude, no me salió. Para mí era algo íntimo, personal. Es difícil de explicar. Me quedé ahí, como estancada. No me sale ir a un lugar a hablar. Las situaciones críticas cada uno las maneja como puede. Y yo me alejé un poco. Recién 10 años después me enteré que era veterana de guerra. A mí me llamaron un montón de veces canales y diarios para hacer notas, pero sé que me voy a sentir incómoda. También me pusieron una placa en el Hospital Aeronáutico, pero con el nombre equivocado. Dice Iliana, en vez de Liliana.
- ¿Por qué aceptó hablar ahora?
- Primero, porque acá me siento cómoda. Y después, porque a veces cuentan cosas que no son la realidad que yo viví. Duele que digan que todo estaba mal, que todos sufrían. Todo el mundo tiene su momento y lugar desde donde lo vivió; no digo que es mentira lo que dicen, porque es lo que vivieron, pero no es lo que viví yo.
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